miércoles, 16 de abril de 2008

Esto y lo otro de Charlton Heston


Y AL TERCER DÍA NO RESUCITÓ


Escribe Eloy Jáuregui



Se acerca Judas y le dice: «Maestro, ¿no será
conveniente que estas cosas se hagan en otro lugar?».
El Evangelio de Judas



No era Jesús y ya pasó más de diez días y no resucitó. Charlton Heston, el reconocido actor estadounidense que dejó este valle del Señor a los 84 años en su residencia de Beverly Hills, está definitivamente muerto. Heston, no obstante, es inmortal en dos tiempos. El primero, glorioso, pertenece a su estampa como fibroso competidor de coches en Ben-Hur. En el segundo, mucho menos feliz, se le ve con el gesto retorcido después de recibir la visita de Michael Moore en su casa cuando el obeso documentalista lo cazó para su Bowling for Columbine. De esto se trata lo de Heston.




Lo juro, las Semanas Santas valían una misa si uno no se reencontraba con Heston. Inmortal como las estampitas, se murió hace unos días de vejez innatural. En mi niñez, Heston era parte de mi ritual místico familiar o Ben Hur o Los Diez Mandamientos. Ha pasado tanto tiempo y Charlton sigue en cartelera aún finado. En realidad, él era un Dios sin título. Así, cada Sábado de Gloria el artista lucía más viejo y eso que el tiempo en el cine corre distinto de aquí a la eternidad. La Pascua de Resurrección no es tal sin el Moisés correteado por Ramses, el faraón calvo –Yul Brinner tiene lo suyo en la leyenda—y buscando un atajo frente al Mar Rojo que en realidad era verde y esa imagen, quizá la más célebre en la historia del cine, marca el fin de un fin de semana agobiante y sediento hasta el pecado.




Y si no fuera por Heston, la actual edición especial en tres DVD y las memorias de Cecil B. De Mille, que recuerdan que hace más de 50 años se construyó el Gólgota de los amantes mamantes de Séptimo Arte y la Octava Maravilla del Mundo que no es otra cosa que esa ventana llamada pantalla –líquida, plana, con cortina o desnuda—donde uno ve cosas y qué cosas, sería un mamarracho. Fue en octubre de 1954 cuando Cecil B. De Mille [1] –un repugnante anticomunista--, muerto físico en 1959 y nacido químico en el S.XIX, más su equipo, zarparon con destino a El Cairo para comenzar el rodaje de una de las grandes obras de la historia del cine.




No iban en busca de un guión. Los Diez Mandamientos, ese código de la fe fidedigna, fue filmada a imagen y semejanza de las investigaciones que realizó Henry Noerdlinger durante décadas --el libro tiene ese título: «Moisés y Egipto», está agotado, el mito no--. Cecil, que era su nombre de hombre, rodó por tercera vez esta última versión de Los Diez Mandamientos con un rigor envidiable. Es decir, la película tenía de aventura, religión, drama, pasión, historia y verdad. Cosa extraña al cine que nos hace creer a muchos que todo es mentira menos su verdad. Todos y cada uno de los elementos de la película están reconstruidos según la documentación histórica más rigurosa, incluso las Tablas de la Ley y los grabados que en ella aparecen. De Mille dijo que hizo la película con la misma creencia que los arquitectos construyen catedrales o los picapedreros las imágenes de Judas según el Evangelio de la Nacional Geographic Society, es decir, emplear el arte para dar testimonio de la grandeza de su fe.




Más de un año duró el trabajo. Era un reparto de estrellas. La figura fue Charlton Heston, cuyo parecido con la célebre estatua de Moisés creada por Miguel Ángel le proporcionó el papel de mármol, en una de las cumbres interpretativas de su leyenda y tiene en su contraparte a Yvonne de Carlo y Anne Baxter. Vaya barra de mujeres atemporales. Se dice incluso que sólo un milagro salvó del infarto a De Mille en 955. El rodaje concluyó el 13 de agosto de 1955, pero el montaje final no estuvo listo hasta febrero de 1956. El estreno tendría lugar a principios de noviembre de 1956.

Los Diez Mandamientos batió todos los récords de taquilla y se convirtió en la segunda película más popular de la historia del cine, tan sólo por detrás de “Lo que el viento se llevó”. Un dato. La conmemoración de los 50 años de ‘Los Diez…” obligó a la Paramount ha lanzar una espectacular edición en DVD con cuatro discos llenos de extras, entre ellos, la primera versión realizada por el propio De Mille en 1923 donde la historia bíblica es el prólogo de 45 minutos y el resto del metraje corresponde a una historia moderna de una familia donde uno de los hermanos representando al bien, y el otro al mal. Entonces, eso de los celos viene de antiguo.

EL ANTICRISTO.




Y como lo escribí hace buen tiempo, con Cecil en la tumba, Charlton Heston aún colea y hasta se dice que en su testamento ha pedido interpretar a Lázaro. Qué ocurrencia los años no pasan en vano. Repito, cada Semana Santa, Heston vuelve pero desde hace un tiempo, me cuentan, se olvidaba de sí mismo. No obstante, El Vaticano y sus fans --que es lo mismo-- no lo olvidan, más ahora que le Papa visita la Meca de los sueños, Hollywood, en gira ventosa de pecados y curas pederastas y tratando de encontrar al Moisés-Heston de Los Diez Mandamientos, aquel que había quedado atrapado en el mal rojo del Alzheimer, aquel apellido tenebroso que describe un proceso acelerado de demencia que ataca ahora a más de 20 millones de personas en todo el planeta. Y Heston de 84 años, antes que se olvide, que declaraba hace unos años, leyendo un pronter su irremediable daño cerebral, pues que desde esa vez ya se había olvidado hasta de leer.

Cacofónico más que arrugado, balbuceó que sufría de avaricia material y afectiva, debilitamiento amnésico, rigidez del pensamiento y conducta, conservadurismo e idealización del pasado. Heston perdía la memoria, y dice la familia que sólo recordaba aquello que acometió cuando tenía 20 años, es decir, cuando lucía mechón en el pecho pero que había olvidado también el rodaje de su descomunal Ben Hur. Sus médicos aseguraban que conforme pasaran los días, iría perdiendo la imagen y detalle de su pasado año tras año hasta recordar sólo los días de su niñez, es decir, cuando sus padres en navidad lo colocaban en el lugar principal de los nacimientos por su parecido al niño Jesús. Heston no era de Belén, había nacido en Illinois pero aquello no le daba derecho de ser un derechista feroz.




Qué duda cabe, era el típico actor ‘todo terreno’. Un sujeto extrapolar tan querido como odiado que no faltó a ninguna de las películas épicas desde los cincuenta para terminar haciendo filmes de ciencia-ficción. La primera versión del “Planeta de los simios” fue su eslabón perdido. Heston con los pies en la vieja Tierra observa la Estatua de la Libertad hundida frente a una playa y solloza de rabia, envidia y pena. El futuro era su pasado. La ficción su traición. Los monos sus manos inertes. Su humanidad su maldad. Duro Heston, exige justicia y porvenir. Todo no pasaba más que de una peliculita antes que una película. No obstante, lo que sus detractores jamás podrán perdonarle es su talante reaccionario, esa fervorosa militancia en el partido republicano y su abominable actitud de ser el látigo de la derecha conservadora, atacar a los homosexuales [decía que deberían quedarse en el armario –conozco gay claustrofóbicos--], declarar su ojeriza a los abortistas, reclamar su pavor público a dejar pasear a su hija de 21 años al lado del entonces presidente Clinton y su defensa cerrada al derecho de portar armas en la cartuchera. Cierto, no en vano hasta hoy es el presidente honorario de la Asociación Americana del Rifle y también –recuerdan sus íntimos—que dedicaba su tiempo libre a organizar actos de caridad con el Instituto Will Rogers mientras añoraba la negra edad de oro del KKK.

IMA SUMAC LE CANTABA AL OÍDO




Los cinemeros limeños de viejo cuño recordaran al hercúleo Charlton con taparrabos, con cartucheras o con tremenda espada; ora en el catálogo de personajes históricos encarnando a Buffalo Bill o a Inka Capac en un Cusco de cartón y con la aparición sorpresiva y a los gritos de coloratura de nuestra Ima Sumac, ora a Moisés o Marco Antonio, ora al Cid, Miguel Ángel, el Cardenal Richelieu o San Juan Bautista. En aquel tiempo, el cine Primavera se ubicaba frente a la iglesia San Vicente de Paul. Yo púber, hice del cine mi religión. Mejor dicho, entre el ecran y el altar, entre las butacas y las bancas, el cielo estaba a tiro de piedra. Así, yo infante, me imaginaba que si Dios tenía rostro de justo y de bondadoso, entonces debía parecerse a Heston.





Charlton que en realidad se llamaba Charles Carter estaba casado desde 1944 con Lydia Clarke, una rubia tipo Kim Novak --mucho sexo poco seso-- a quien conoció en la agencia de modelos de Nueva York donde trabajaban ambos en el día y por las noches hacías jueguitos. Luego se instalan en Hollywood cuando Chuck –esa era su mote-- fue requerido por William Dieterle, un director de cine B y C quien le obsequió con su primer papel en el film “Ciudad en sombras [1950]”. Heston caballuno y con un atractivo erótico cuasi bíblico, se transformaría en un tris en un auténtico mito del celuloide típico más que épico.




De esa época épica son sus filmes “El salvaje” [1952] de George Marshall, “El mayor espectáculo del mundo” [1952] de Cecil B. De Mille, “El triunfo de Buffalo Bill” [1953] y nuestro filme de bandera: “El secreto de los Incas” [1954], estas últimas de Jerry Hopper. Luego trabajó en “Cuando ruge la marabunta” [1954] de Byron Haskin, “Los diez mandamientos” [1956] del ya mencionado Cecil, “Sed de mal” [1958] de Orson Welles –ojo, no era cualquier cosa--, “Horizontes de grandeza” [1958] de William Wyler y “Ben-Hur” [1959], también dirigida por Wyler. Mientras gozaba de fama era un caza comunistas en el mejor estilo del senador Macarthy. Por ahí he leído que sólo le faltaba trabajar en dos últimas películas. “Heston en el planeta de los teletubbies” y “Por quién doblan las películas” de Ernesto Hemingway, borracho de amargo y en Sevilla antes de una corrida de Ordóñez en un mano a mano con Luís Miguel Dominguín.




Así era Heston el memorioso, hoy abrazado por los gusanos bíblicos. Yo lo recuerdo cuando hizo “El Cid” y con ojos de carnero degollado declama ante la carne trémula de Sophia Loren: “je t’aime, Ximene!”. La mirada, la frase y el verbo hecho carne le quedaron muy mal frente a los pechos de Sophia que le quedaban muy bien. Ese fue Heston, un actor que se creyó Dios y que hoy se olvida que entre la Biblia y el cine con sus santas escenas, los inmortales a veces van a dar al infierno y Judas no era tan malo. Heston --esa mezcla de Bid Laden con Poncho Negro-- hizo de todo y ahora actúa de muerto para ese Oscar que desde que se inventó, también tenía su rostro.



[1] Cecil B. De Mille es director también de Rey de Reyes, El signo de la cruz y Sansón y Dalila.

(*) Este texto pertenece al libro EL MÁS VIL DE LOS OFIDIOS
.