sábado, 10 de diciembre de 2011

Cadáveres exquisitos II: Miles Davis. REVISTA "ESQUINA" 32


Balada gloriosa de trompeta

Por Eloy Jáuregui

Miles Davis no fue un hombre. Es un sonido lánguido del esplendor de la trompeta. Así, aunque uno sepa que está muerto, es el único músico que se oye vivo. Yo lo escuché –mejor dicho, lo identifiqué-- de joven en mi paso por las Universidad de Buenos Aires. Los porteños saben tanto de jazz como de tango y un toque de rock. Saben de carnes también, pero ese es otro tema. Los temas que toca Miles Davis no tienen pentagrama aunque si se escribe. De otra manera, Davis toca con una escritura musical que solo opera en su cerebro. Esa es su genialidad. Cuando uno ingresa a youtube y coloca esta dirección: http://www.youtube.com/watch?v=qlIU-2N7WY4&feature=related sucede lo mismo que cuando yo, púber, colocaba aquel vinilo inolvidable en la radiola de mi amiga Norma. La cosa es de abril de 1959 y Miles Davis y John Coltrane se lucen en su performance “So What”. Todo ello está incluido en el álbum de Davis “Kind Of Blue”. Norma era de Palermo, como Borges maduro, y no tenía normas para el recato. Escuchaba a Davis y enloquecía. Cierto, ese también es otro tema.

Digo, acaso los sonidos de Davis no llega a la categoría de arte. Voy a recordar lo que el inglés William Furlong en su “Sound in recent art” dijo en 1994: “El sonido nunca se ha convertido en una área discreta y distintiva de la práctica artística al igual que otras manifestaciones y actividades que si lo fueron en los años sesenta y setenta. Nunca hubo un grupo de artistas identificable que trabajara exclusivamente con el sonido (a pesar de que fue usado consistentemente por ellos a través del siglo XX), de manera que no podemos aceptar un campo de práctica artística etiquetada como ‘arte sonoro’ así como uno podría estar de acuerdo con categorías como las de Arte Pop, Arte Minimal, Arte Paisaje, Arte del cuerpo, Video Arte, etc. Otro factor es la diversidad de funciones y roles que el sonido ha ocupado dentro del trabajo de varios artistas”. Obviamente que el estilo de Davis está comprendido en este concepto.

Cuando un músico improvisa –y eso no es justo con Davis—es que se está ‘escapando’ de un formato. Este formato no es nocivo, pero su licencia solo cabe en el arte. Davis decía “El ayer está muerto” o “La vida debe vivirse hacia delante, pero solo puede entenderse hacia atrás”. Estas dos frases describen las claves sobre su personalidad y sobre los caminos que siguió su música (1).

MÚSICA CON LA REGLA

Cómo un negro de pelo lacio como Miles Davis puede criarse en un perfumado barrio blanco del East St. Louis. Uno lo imagina en un edificio desvencijado en el negro Bronx. Entonces supones que es en aquel gueto infernal donde está la cimiente de su sonido con trompeta. Davis es raro, cierto que nació miserable, pero algo hizo su padre que, con toda la prole, se mudó a ese acomodado rincón de blancos. Ellos llegaron de Alton en Illinois, donde nació Miles un 26 de mayo de 1926.

Curioso también que Davis admire a músicos rubios como el descafeinado Harry James y el insípido Bobby Hackett. Sencillamente, no me gustan. Aquello comprueba mi tesis. Que para ser buen escritor hay que leer a los peores poetas. Igual sucede con el cine y la música. Cuando Davis a los 13 años ingresa a estudiar trompeta con el maestro Elwood Buchanan, aquel de la orquesta de Andy Kirk, cierto, sabía más que el profesor. Sin embargo siempre lo recordaba. Cuando Davis contaba de sus inicios se refería a Kirk con cariño y con su frase: “toca sin vibrato, ya temblaras cuando seas viejo”. Aquella sentencia de la libertad hizo que el trompetista adquiera una nota inigualable de una lírica singular que emociona, conmueve y a muchos hace llorar como cuando los deja su mujer.

Sus biógrafos –hay muchos y sería ocioso nombrarlos—cuentan que en 1944 fue el año de sus deslumbramiento. Davis se sentía extraño, único y raro. Pensaba que su música era producto de su locura. Pero esa vez escuchó al gran Charlie Parker y al rebelde Dizzy Gillespie. Fue suficiente. Desde ese día fue otro. Ya en New York –viajó a radicarse y enredarse con ellos—y asistir al gran debate entre el jazz del viejo “swing” y el jazz del bebop.

Ya en los años cincuenta, Davis frecuenta a músicos como Gil Evans, Gerry Mulligan y Lee Konitz. De esa época es su grabación “Birth Of The Cool”, luego ocurriría lo de “Noneto Capitol” y después su primer arresto por consumo de droga. Cuando Davis se engarza a la vorágine que había creado Thelonius Monk y después es vital en el quinteto de John Coltrane, hay en este ser una surte de desdoblamiento. El hombre de éxito genial y el ser atormentado por el vicio.

LA REGLA DE LA TRAGEDIA

En el texto “100 años de JAZZ” de Francisco José Del Viso se cuenta que Davis fue protagonista de la gran música popular durante cinco décadas. Genial, improvisador y creador, Davis fue considerado un Dios contemporáneo. A pesar de todo ello y debido a una serie de problemas diversos en 1975 se inicia un silencio que duraría hasta el principio de los años 80 cuando regresa rodeado de músicos jóvenes como Bob Berg, Bill Evans, Kenny Garret, Mike Stern, John Scofield, Adam Holzman, Robert Irving, Marcus Miller, Marylin Mazur, Mino Cinelu y Al Foster entre otros. Davis así fue inventor del jazz-rock gracias a su disco “Bitches Brew” y fue más con otra grabación, cuando inauguró la etapa eléctrica con el disco "In a Silent Way" que es de 1969.

Lamentablemente, todo aquello que hizo fue complementado con estados grávidos de consumos de drogas fuertes. Aunque fue un trabajador impenitente, y sus ritmos no paraba de renovar el espectro con el free jazz y el pop dejando obras como “Tutu” y “Aura” amen de su reunión con músicos pop como Cindy Lauper en “Time After Time”, luego con el gran Sting y hasta con Prince. Davis se fue de este mundo en 1991 en Santa Mónica, California, a los 65 años. Por ello, Miles Davis, no es un hombre, es el sonido glorioso de su trompeta sobre un terciopelo negro y azabache de muerte.


(1) “Miles Davis. La biografía definitiva”. Ian Carr. Global Rhythm Press, Madrid 2006.