martes, 6 de marzo de 2012

SABOR A MI

Deseo con punta y puntual


Ay cariño,

Yo tengo un pecado nuevo,

que quiero estrenar contigo…

Martínez-Mores

Reloj no marques las horas, es la frase puntual del mexicano Roberto Cantoral, muerto tardío. En su tiempo exacto, a Cantoral lo conocí cantando al oído de una mujer. El oído era de la modelo –nada ejemplar—peruana Carla Barzotti, el “Mejor Cuerpo” en el certamen “La Modelo Latina 1996”. De ella había leído que fue víctima de los dos licántropos, uno más disímil que el otro: Julián Legaspi y Roberto Cantoral. En principio, para el interés cárnico, trataré del segundo. Roberto Cantoral estaba tomando un Pisco Sour. Su fama de mujeriego contrastaba con su apoltronada estructura de Juan Tenorio jubilado en una de las bancas de uno de los jardines del Hotel El Pueblo. La esperaba a ella. Yo lo había esperado a él para hacerle una entrevista para la televisión. En ese trance, era el único periodista a la espera de aquel encuentro entre el deseo y el besuqueo. Mi pesquisa se inició cuando Carla Barzotti contestó el teléfono de la habitación del hotel cuando yo quería hablar con él. Supe así que se vivían. Entonces entendí la fuerza carnal que poseía el bolero.

Roberto Cantoral García nació el 7 de junio de1930 en Ciudad Madero, Tamaulipas. Cierto, de joven tenía madera, con Antonio, su hermano, dieron a luz el dúo de nombre creativo, “Hermanos Cantoral” y fueron conocidos por su sangre poco popular, aunque sí, su estilo masivo: el amor cantado, el bolero patafísico. De ese tiempo son su encierro con la composición de los temas “El preso número 9” y canto agnóstico “El crucifico de piedra”.

Divorciado del hermano contrajo unión con un trío, “Los Tres Caballeros” aunque para muchos, no lo eran tanto. Con los otros dos consolidó un tiempo de oro en la música romántica. El bolero de tríos. Pero Cantoral cantaba para sí mismo lo que otros pensaron que era para ellos. Sus temas como “El reloj”, “La barca”, “Regálame esta noche” “Soy lo prohibido” y “El triste” son clásicos del gozo cuasi correspondido, manuales para enamorarse y lo contrario, mientras se canta en puntillas tratando de escaparse del dormitorio de la otra.

Solo un cantante se puede apellidar Cantor o Cantoral. Roberto fue así. Tan inolvidable por haber musicalizado el clásico el melodrama latinoamericano casi hindú: “El derecho de nacer”, como haberle puesto música y letra al momento más excitante del arrechamiento. Pero así como fue líder en la cama lo fue también del gremio. Gremialista hasta sus cachas, en 1982 es elegido Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM). El cargo se lo tomó bien a pecho como lo hacía con el tequila. Y se sintió el Fidel Castro del romance o peor, el Muamar el Gadafi del bolero. Cantoral perdía plata, perdía amores, perdía joyas –por enamorarse como un loco de cualquier cosa que se mueva y tenga tetas—pero jamás perdió aquella presidencia donde se constituyó en un dictador musical hasta el 7 de agosto de 2010, aquel día que su reloj o corazón dejó de marcar las horas.

Yo lo recuerdo más que a nadie porque fuimos amigos por cerca de 16 horas. Luego de entrevistarlos, a Roberto y Carla, desde los sofistas hasta el último secreto del ars amatoria, coincidimos –frente al mar de la bahía limeña—entre whiskys y más besos (de ellos) en que, como dice Cabrera infame más que infante, que: “quien ha enamorado a más de una mujer se ve condenado a repetirse: la primera vez como drama, la segunda como farsa”. La cita es de la saga Ella cantaba boleros y Cantoral lo conocía. Lo conocía digo, porque me imagino ahora estarán en el cielo que es el infierno de los buenos amantes, muertos del máximo de los gozos.

Carla Barzotti, aquella noche, en el restaurante Costa Verde era una niña traviesa. Retozaba sobre el hombro de su hombre. Cantoral le tocaba los muslos y mucho más por debajo de la mesa a la manera de Manzanero. Yo tocaba el violín y de jodido que es uno, mientras él me rejuraba que yo era su cuate de toda la vida, les confesé que era marxista, de la línea Groucho. Carlita aplaudió, pensó que hablaba del sétimo arte y no de la sétima revolución socialista. Cantoral, que estaba a punto de firmar un cheque para que yo viaje a la ciudad de México como testigo de esa boda con joda, detuvo el bolígrafo, me miró como Stalin observaba a Trotsky y gritó: “Mozo, alejen de mi mesa a este perro comunista”.

Cuando me alejaba a medianoche a la orilla de la playa buscando los aretes que le faltan a la luna, me decía para mis adentros “Hoy mi playa se viste de amargura, porque tu barca tiene que partir, a cruzar otros mares de locura, cuida que no naufrague en tu vivir”. Cierto, luego me enteré que allá en México no llegaron a casarse, que todo fue como los boleros de burdel, que Cantoral se había liberado otra vez, y que le juraba amor eterno a otra joven mujer. Carla Barzotti sigue tarareando hasta hoy: “Detén el tiempo en tus manos, haz esta noche perpetua, para que nunca se vaya de mí, para que nunca amanezca”.