UNA NOTICIA EN TU LÁPIDA
(Guillermo Thorndike Losada, sobre la muerte de Sofocleto)
Escribe Eloy Jáuregui
Conocí a Guillermo Thorndike en 1980 cuando él ya era esa leyenda u aquel fantasma que recorría las redacciones de los diarios de Lima como un eco estruendoso de magisterio ora ilustre, ora lumpen. No existía titular, texto, apostilla o cierre de edición que no tuviese la firma de su estigma y aquello iluminaba tanto como podría fulminar la aviesa conciencia de los periodistas de cuajo del medio de ese entonces.
Una tarde ya de noche se apareció en la redacción de El diario de Marka preguntando por “el poeta del gol”. Lo acababan de nombrar director del periódico y raudo ingresó para mirarme a los ojos. Yo era el Jefe de Deportes y mi oficina era apenas un escritorio al fondo del garaje de una casa clasemediera bajo una arbolada calle de Jesús María tras el Ministerio de Salud.
Su melena rubia y sus ojos azules parecían las de un fraile de sotana y no las de un zorro que babeaba tinta al mínimo chasquido de una primicia. Me estrujo más que me abrazó como si me conociera de siempre. Me susurró al oído un monosílabo tierno que no ya no recuerdo y quedamos esa noche en irnos a cenar. “Charo, mi mujer, te quiere conocer”, me dijo y se metió en lo suyo: la cocina, allí donde se hace parir los periódicos.
Al principio no nos llevamos bien. Como todo humano talentoso tenía su hemisferio oscuro. Neuróticos les dicen algunos. Pero era más que ese ser que había soñado ser por trozos sanguinolentos: un cadáver descuartizado en la Costanera o de pronto un baby bife junto a un vino mendocino amén de esa eterna carcajada a lo César Calvo. Frente a un espejo seguro no se veía como lo observaba uno. Un maestro sencillo de majestad. De olfato a león hiperactivo domando cuartillas y paquetes de cigarrillos.
Tenía un alma bipolar propia de aquellos personajes que se destruyen construyendo en su espíritu el ángel supremo de la divinidad. Qué otra cosa era ese Guillermo Thorndike, engendro de otro ogro del periodismo quien fue Raúl Villarán, su sombra diabólica redentora, ajena menos al bien que al mal. Sombra con olor a plomo y tinta. Con mambo y rumberas, trago y pichicata, eso sí, bien conversada. Por eso y aquello fue mi hermano mayor como lo es el Chino D0mínguez y otros maromeros de las más intensas ternuras.
Y como el mismo Thorndike escribiese de Luís Felipe Angell “Sofocleto”, ese otro sujeto escapado de la nocturna arcadia mefistofélica del reino de las máquinas Remington: “La inmortalidad es el arte de morirse a tiempo”. Cierto Guillermo, acostumbrados a tus primicias --como Alfonso Grados Bertorini, Raúl Vargas o Chema Salcedo— esta mañana de lunes nos madrugaste con tu propia noticia. Te habías muerto preñado de trabajo y vida henchida de sortilegios e himnos celestiales.
Habías regresado por la noche como Gardel deshojando tangos desde Argentina. Pensantes que a tus 69 años ya estaba bueno de calumnias y solipsismos. Así te calzaste el pijama de la eternidad y soñando con ser al día siguiente Primera plana, te pusiste a soñar con tu país injusto pero posible y cerraste tu última edición matutina. ¡Pobre Charo! ¡Pobre Augusto! ¡Pobre de nosotros que te esfumaste de nuestras agarrotadas manos cual viento noticioso que mañana será leyenda! ¡Cuánta pena, Pollo Gordo!
Paren las rotativas
Guillermo Thorndike ha muerto
Escribe Eduardo Abusada Franco. Director Revista: "4 Gatos"
Conocí a don Guillermo como se conocen muchas de las cosas buenas de la vida, a través de los libros. En Amazonas encontré El Caso Banchero, y lo leí con voracidad. Le presté el libro a mi editor, quien trabajó bajo su dirección, y desde entonces no paramos de hablar del ‘gringo’. Cada anécdota era más alucinada que la anterior. El ‘gordo’ Thorndike se hizo entonces “mi leyenda viva favorita” de la prensa escrita.
Cada periodista y escritor que había vivido en la Edad del Plomo, y con quienes me crucé en sus caminos, tenían siempre algo que contarme de él. Eloy Jáuregui, Ernesto Chávez, Jaime Díaz, Fernán Salazar, Víctor Patiño, Juan Gargurevich, Balo Sánchez León, Domingo Tamariz, Chema Salcero, y tantos otros que aprendieron a redactar en viejas Remington, tan solo alimentaban mi curiosidad.
“Genio, loco, memoria de elefante, violento, vendido, velasquista, aprista, comunista, fujimorista, santo … y genio nuevamente”, eran algunos de las palabras que escuchaba sobre él. Un buen día lo llamé sin más y me dijo ven a visitarme. Ahí, como Moby Dick corporizado, apareció el maestro descendió las escaleras. Paso lento y mente ágil. Debía rondar los 66 años, aunque me parecía de 80. Recordé las palabras del poeta Leoncio Bueno cuando lo describió: “Ese gigante rubio, de ojos azules, cara de niño y patillas de corsario”. Le llevé unos toffees de la Ibérica que el ‘gringo’ desaparecía con paciencia.
Así de simple fue mi encuentro con el genio. Con el tiempo lo leí más, me volví su biógrafo y fui conociendo cada recoveco de su vida. Comprobé que la leyenda en torno él era más que cierta. Aterradoramente cierta. Que se codeaba con presidentes y leyendas del hampa, como su protegido Gavilan Cortés, primera chaveta de Tatán. Que podía trabajar 24 horas sin interrupción y fumar decenas de cigarros al hilo. Que él mismo había armado a sus redactores y defendido La Crónica de los apristas, a balazos, en la huelga policial de 1975.
La madrugada del lunes 8 de marzo Guillermo Thorndike ha muerto, y en las salas de redacción su enorme estampa se ha vuelto a sentir como en tantas otras noches de cierre. Guillermo Thorndike ha muerto, y es otra vez noticia de portada.
Los columnista lo recuerdan, lo alaban, lo admiran. Otros lo atacan, lo odian. “No hay muerto malo”, dicen los irónicos. Dicen que no tenía bandera, que era un sicario escrito. Que era capaz de inventar al Monstruo de los Cerros, como de luchar contra la corrupción de Tantaleán durante el gobierno militar. Que podía aliarse con los Agois para traicionar Banchero Rossi; como podía apoyar la lucha campesina por la Reforma Agraria y llorar por una injusticia. Todos tienen razón. El gringo fue eso y mucho más.
Así fue don Guillermo. A tantos les hizo “la cagada” como dicen en barrio. Tantos se alejaron de su lado, tantos lo odiaron, pero ninguno dejó de admirarlo. Hasta que me tocó entrevistarlo. Hablamos, entre otras cosas, del diario Página Libre, uno de sus más controvertidos trabajos. Y le mandé la pregunta de plano: ¿Qué hacía Alan García festejando en la redacción el día que ganó Fujimori? La noche domingo en que salió la entrevista publicada hablamos por teléfono. Creo que fue la última de unas diez ocasiones en que cruzamos palabras, y de las que nunca recordó mi nombre. “Gracias. Tuviste la decencia de no poner cosas que no vienen al caso”. O algo así me dijo. Pero yo también le quise hacer “la cagada” al maestro. De hecho sí mandé esa parte, pero fue recortada por el editor. Hice lo qué él hubiera hecho, lo que él mismo me enseñó: “Que es a veces admisible el error, pero inaceptable la venta de conciencia”. Tarde o temprano, todo periodista de raza, acaba por decir la verdad.
Don Guillermo Thorndike ha muerto, y con él la Edad del Plomo. Un enorme ataúd guarda los voluminosos restos del guerrero que esperan volver a las cenizas del tiempo. Muchas cosas aún se dirán, pero como mandan los cánones del periodismo: si no hay pruebas, no se puede publicar.
Ese fue el ‘gordo’ para mí: Tan sólo un hombre bueno que hizo algunas cosas malas. Tan sólo un genio.
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En la madrugada del lunes 9 de marzo murió el escritor y periodista peruano Guillermo Thorndike Losada. El Gordo nació en Lima, en 1940. Periodista, intervino en la fundación del grupo de diarios "Correo" en Tacna, Piura, Huancayo, Arequipa y Lima, y paso a dirigirlo a los 26 años de edad. Fue presidente del directorio "La Crónica" y "Variedades S.A."; director de "La Crónica" y "La Tercera" y fundador del primer periódico en quechua de circulación nacional: "Cronicawan". En 1980 fue jefe de prensa en la campaña política de su amigo Alfonso Barrantes y dirigió "El Diario de Marka".
Entrevista a Guillermo Thorndike (2008)*
El Perú es una comedia
Una entrevista de Jorge Coaguila [*]
Usted ha publicado cuatro libros referidos a la guerra contra Chile (1879-1883): 1879 (1977), El viaje de Prado (1977), Vienen los chilenos (1978) y La batalla de Lima (1979). De la biografía de Miguel Grau, usted ha publicado cuatro de seis volúmenes. Casi tres mil páginas. ¿Por qué se interesa tanto en un periodo trágico de la historia del Perú?
—Casi todos los periodos son trágicos en la historia del Perú. Estoy pensando en El año de la barbarie (1969), la rebelión en Trujillo de 1932; en No, mi general (1976), la caída de Velasco; Maestra vida: novela verdad (1997), la biografía de Horacio Zeballos, el fundador del Sutep. El Perú no es una comedia. ¿Por qué Grau? En 1997 volví a leer con mucho cuidado el primer libro sobre la guerra, 1879, y sentí que el personaje era mucho más grande de lo que se reflejaba allí.
En Los hijos de los libertadores (2006), primer tomo de su biografía, se refiere acerca de la madre de Grau, Luisa Seminario del Castillo. Menciona algo poco conocido: que ella tuvo hijos con diversos padres.
¿Este hecho fue ocultado como algunos creen?
—El padre, Juan Manuel Grau, tuvo 20 hijos en Piura. Tal vez 25. Hay que colocarnos en el contexto. Hacia 1822 pasan por Piura los tres capitanes colombianos con quien tendría hijos la señora Seminario, con muchos soldados rumbo a las guerras que se librarían en el sur. Hay una epidemia de amores desesperados en todo el Perú. Ella se casa con Pío Díaz, con quien tuvo tres hijos, pero este viaja al norte y se desaparece por diez años. Al cabo de tres años, ella se compromete con Juan Manuel Grau, con quien tuvo cuatro hijos. Más adelante tuvo una hija con Carlos Elisalde. Entonces reapareció en Piura el ya teniente coronel Pío Días y la señora Seminario volvió con él, aun tuvieron una hija.
El futuro héroe se vuelve marino a los 7 años de edad. Años después, entre otrostrabajos, transportó culíes. ¿Cómo describe esa experiencia?
—Grau solo hizo un viaje de China a San Francisco, como tripulante de un buque que llevaba culíes. Nunca trajo chinos al Perú. ¿Qué participación tuvo? Es como si me preguntaras qué participación tuvo Grau en el negocio del guano. Entonces había mil buques anuales que llevaban guano a Liverpool y a otros puertos del mundo. Él llevó guano porque era algo común. Por otro lado, estuvo en una aventura para traer canacas, polinesios. Y naufragó. Era algo perfectamente legal, además.
¿No hay una contradicción?
Incursión en el periodismo
—Pensé mucho acerca de este hecho, pero creí que podría funcionar. La izquierda estaba a favor de la expropiación. Recuerdo que durante el régimen de Francisco Morales Bermúdez clausuraron, a los pocos números, el periódico obrero El Amauta del Mar, que pertenecía a la Federación de Pescadores del Perú y donde fui asesor. Los policías vigilaron mi casa mientras escribía No, mi general. Una vez salí a comprar pan con mi hijo Augusto y en un quiosco vi que todas las primeras planas de los nuevos semanarios autorizados me atacaban. Un titular del periódico de Sofocleto decía: «Willy, coca, pito». Al lado había un dibujo psicodélico donde yo aparecía flotando en medio de una nube llena de flores hecho por el Flaco Hague, quien había sido mi caricaturista en La Crónica. (Risas). El periodismo no conoce fronteras.
¿Qué opina de los duros comentarios de Mario Vargas Llosa en sus memorias, El pez en el agua (1993)?
Las letrinas de Fujimori
También tuvo...
—Mi libro se refiere a 600 confirmados. Hay cinco mil apristas desaparecidos cuyos nombres están escritos en un monumento en Trujillo. Cien fueron fusilados en Chan Chan. Pero a cuarenta ya los habían ejecutado desde el 11 o 12 de julio, cuando empezó el paredón en Mansiche, así que, para completar cien cadáveres, metieron en el grupo a 40 que no tenían nada que ver.
¿Sigue siendo amigo de Alan García?
—Antes de que llegara a la Presidencia por segunda vez, lo visité varias veces y nos hablábamos por teléfono. Después intenté felicitarlo, pero estaba demasiado ocupado. No nos hemos vuelto a ver.
Esta entrevista se publicó con el título de «El Perú es una comedia». (Entrevista a Guillermo Thorndike). Diario La Primera, suplemento «Semana». Lima, 22 de junio de 2008. Págs. 4-6.
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Guillermo Thorndike:
“Esa ha sido mi vida:
he tenido malos y buenos momentos”
Autor: José Gabriel Chueca
Última Hora popularizó el uso de la replana, de la jerga. He oído de un titular “Chinos como cancha…”.
Eso fue cuando se produjo la invasión de Corea del Sur, cruzando el paralelo 38. Ahí salió “Chinos como cancha en el paralelo 38”. Era como anunciar la Tercera Guerra Mundial. Se hablaba de tirarles bombas atómicas a Corea del Norte y a China. En general, Villarán tenía una visión muy precisa del rumbo de la opinión pública. Pero no todos los titulares eran en lenguaje popular. Una vez tituló, en el 62, sobre las elecciones “Solo Dios lo sabe”, con triple empate.
¿Cuándo usaba jerga?
Solo cuando convenía. Hay sorpresas en Última Hora. Cuando murió André Gide, el Nobel de Literatura, la noticia se dio en primera página, como segunda noticia. Y en la página tres había un artículo enorme: “Gide ha muerto, viva Gide”, firmado por Jean Cocteau. Y Juan Gonzalo Rose escribía una columna.
Cuando salió el mambo, en México un obispo excomulgó a quienes lo bailaran; en el Perú pasó igual. Y Villarán lanzó un concurso nacional de mambo. Incluso enseñaba todos los días un paso nuevo en una página. Todo el mundo quería bailar. Era brillante.
Todos los periodistas de esa época se conocían, ¿no?
Cuando llegué al periodismo, me di cuenta de que había una especie de comunidad. Es que uno vivía 24 horas antes que los demás; entonces, era difícil relacionarse con esa sarta de atrasados. Los periódicos eran lugares de reunión, casi como peñas. Y, cuando había una noticia importante, el que tenía mejor caligrafía la escribía en un pizarrón que se descolgaba por la ventana. La gente iba al periódico para enterarse y conversar. Y si el periódico estaba amenazado, también expresaban su solidaridad.
¿Los periodistas de antes eran terriblemente 'juergueros’?
Seamos sinceros: ¿eso ha cambiado? El límite humano es el mismo: tres pisco sour catedral. No entra más. Normalmente salíamos 11 o 12 de la noche. A esa hora, decía Villarán, ¿a dónde podemos ir? ¿A tomar té con las niñas bien? No, hay que ir a tomar un trago con las niñas mal. Eran las únicas despiertas.
En el gobierno de Velasco lo llamaron para dirigir La Crónica. ¿Cómo así?
Uno de sus generales me invitó a dirigirla. Yo pensé algo que no sé si la gente entenderá todavía. Primero: si no era yo, ese diario iba a ser entregado a un grupo peligroso. En ese momento no era posible correrse de todo. Había que participar para imponer reglas que, pienso, al final de ese año en que fui director, se mantuvieron.
¿Por ejemplo?
No se calló la historia del 5 de febrero. Hubo estado de sitio, hubo encerrados, deportados y muertos –el Gobierno aceptó 111 muertos, pero creo que fueron mil; yo vi carros parar en la asistencia pública y dejar heridos en la entrada–. Otros tuvieron que caminar por encima de gente que caía muerta en el Jirón de la Unión, a las 9 de la mañana. Recuerdo que con el directorio compramos armas para varios trabajadores del periódico.
Muchos reconocen su talento, pero critican sus cambios de posición política.
No he tenido una existencia política. Nunca he pertenecido a un partido ni he tenido actuación ni cargo político alguno. Que el periodismo tenga consecuencias políticas según los momentos es otra cosa. He tenido, algunas veces, que limpiar las letrinas del periodismo.
Se critica duramente su paso por Frecuencia Latina, a fines de los 90.
Estuve en el Canal 2 porque necesitaba trabajar. Nada más. Además, a los dos meses me dejaron sin hacer nada. Esa historia nadie la conoce. Y vivía permanentemente perseguido por Vladimiro. Esa historia la gente tampoco la conoce. Al final me llamaron porque se les caían los noticieros. Yo no tenía idea de que esta gente se reunía con Montesinos a planear las cosas. Y, pregunto, ¿por qué no es motivo de crítica para otros haber trabajado en el Canal 4 o en el 5, si era lo mismo?
Si se presentara la oportunidad de vivir esos años otra vez, ¿haría lo que hizo de nuevo?
No lo sé. Cuando a uno lo asaltan las necesidades, puede sufrir un aturdimiento. Pero, me pregunto, en el año 95, ¿quién se opuso a Fujimori? Ese año, toda la oposición estuvo en el Canal 11, en los programas que yo dirigía. Después, por dos años, no conseguí trabajo ni buscando con lupa. Nadie vino a darme las gracias por eso, excepto el tío de Vladimiro Montesinos, don Alfonso Montesinos, que vino desde Arequipa, antes de morir, a pedirme que luchara contra ese monstruo, me dijo, que era su sobrino. Me impresionó mucho porque ese día ya había aceptado el trabajo en el Canal 2 y me sentí mal… (pausa). Todo esto es muy relativo. Esa ha sido mi vida: he tenido momentos malos y buenos. Me ha costado Dios y su ayuda rehacer mi existencia.
¿Por qué se animó a escribir sobre Villarán?
Lo elegí porque es uno de mis personajes predilectos. También he estado trabajando diez años en la biografía de Grau. Ha sido largo y difícil, nadie me ha apoyado, pero ha valido la pena y ha servido para mi propia reconstrucción. Yo no estoy seguro de no haber errado en estos últimos veinte o treinta años de mi vida. En algunos momentos ha habido tanta gente en contra mía –casi unanimidad–, que me he asustado. Pero sí estoy seguro de que no soy un hijo de puta.