LA ESCRITURA DE LA ETERNIDAD
Hoy 20 de enero las letras peruanas están de luto. El filólogo y lingüista Luis Jaime Cisneros, uno de los intelectuales más destacados del Perú, murió por causas naturales, a los 89 años, informaron sus familiares.
«De algún modo somos hechura de sus esperanzas y sus anhelos.
Por alguna razón, con ellos vinculada, El Perú nos pertenece.
Ese lazo que puede escudar su nombre en la palabra tradición o
patriotismo se nos hace visible a través de modos invisibles».
«Mis trabajos y los días». Luis Jaime Cisneros
Y para Renato y que siga.
Yo recuerdo que decía que don Luis Jaime Cisneros es incansable. Tiene cuajo y vitalidad de añejo. Académico tenaz, hombre de esquina lingüística rozada y admirado profesor-confesor, no le pierde pisada a lo que los de a pie llamamos actualidad. A la pulsión política, a la longevidad llaman un clásico. A su tarea de escritor y a mirar al Perú todavía como un lugar decente para vivir y sobrevivir. Ahora me está observando ahí en su estudio biblioteca con su talante de ser viejo y cada vez más sabio. Este es un homenaje a su brillantez y larga vida.
Este hombre que hoy lleva consigo casi 89 años es universal, pertinaz y desprendido. Uno lo observa y pareciera que esta abrigado por lo apacible de la atmósfera amén de la luz malva de la tarde se filtra por las cortinas de su estudio de la enorme biblioteca de su casa en la avenida La Paz en Miraflores a un tris de la quebrada de Armendáriz. Y ahora me está explicando más que contando de su abuelo, don Luis Benjamín Cisneros, poeta romántico contemporáneo de Ricardo Palma, fundador de la Academia Peruana de la Lengua, un espíritu omnipresente, casi un espectro que nos vigila apacible y sonriente. Y luego habla de su padre --es jodido hablar de los padres—Luis Fernán Cisneros, poeta periodista, diplomático, como buen peruano, desterrado por liberal, demócrata y libre pensador.
De repente, sus ojos adquieren un brillo inusual. Y don Luis Jaime que está confesando que su padre tenía una curiosa actitud para la lágrima. Y en ese tiempo él no lo entendía, era tan seguro y dispuesto. Y luego, cuando aquel hijo cumplió los 50 años recién entendió porque lloran los hombres. Y recuerda una discusión del viejo con un sujeto encerrados en el estudio. A los gritos se dijeron de cosas. Luego explicaría conmovido: “este hombre me ha venido a ofrecer dinero” y de puro valiente se echó a llorar como un niño y se perdió al fondo de la casa. Fue una situación límite ahí delante de toda la familia. Y luego Luis Jaime que lo rememora por su humor chispeante y porque leía a voz en cuello y después de los almuerzos El Quijote, que después el ajedrez y más tarde las palabras cruzadas.
Tintineando sobre el escritorio me cuenta que su madre alcanzó una pasión inusitada pro la música. El violín, el piano. Y que todos los hijos heredaron ese prodigio y tocan juntos y hasta podían ofrecer un concierto de pe a pa. La familia limeña de pronto se vio embarcada a Buenos Aires. Así Luis Jaime realizó los estudios en escuelas públicas argentinas. Su contacto con la instrucción universal lo fue dotando de una pericia especial por la investigación, las ciencias, las artes. De esta manera también se convirtió en un apasionado por el teatro y las operas. La prensa porteña pasaba por su mejor momento y aquel cotejo de las noticias en los diarios lo hizo un potencial periodista. Sin embargo cuando culminó la secundaría la inclinación por la Medicina casi lo convirtió en otro. Las letras lo salvaron.
Hidalgo, nueva versión
Hablemos entonces esa tarde de El Quijote. Y léase quién fuere lo que nos contamos. Que estando fresca todavía la tinta de impresión, hacia la primera mitad del año de 1605 viajaron, desde la península para América, cientos de ejemplares de la novela del Quijote. A bordo del galeón «Espíritu Santo» y, según cuenta Irving Leonard, doscientos sesenta y dos libros tenían como destino la ciudad de México. Dice también que en la nave «Nuestra Señora del Rosario» venía un encargo mayor. Eran sesenta bultos que un librero de Alcalá de Henares, un tal Juan de Sarriá, remitía a un socio que se había acuartelado en Lima. El valioso recado, que tenía como destino el puerto del Callao, llegó primero a Cartagena de Indias y, de allí, a lomo de mulas, pasó a Portobelo y luego a la ya traficada Panamá.
La historia oficial cuenta que de esta manera el Quijote comenzó sus aventuras por el Nuevo Mundo. Lo que no logró jamás Cervantes lo conseguía su criatura, dice. No obstante, nadie ha podido dar cuenta de qué pasó con los diez bultos que se perdieron en el camino. En realidad, sesentaiseis ejemplares se extraviaron, según ciertos monjes despistados de la orden jesuita, en la frondosidad de la selva centroamericana, producto de un hurto de pájaros sin colores de los que ya no hay más. Otro dato creo que exagera. Según una colectividad nativa -ya desaparecida por la ferocidad de los sicotrópicos duros-, esas moles de palabras atamaladas fueron consumidas por el fuego inexplicable que bajó como melaza de ron de piratas desde la copa de un guayabo, hoy convertido en un muñón sin ramas.
La versión de José Antonio Roldán vendría cierta en aquel tiempo. Cuenta el descubridor de «El limbo de los perdidos», que recogió en la costa de Andros la historia de un sujeto prieto de ojos alucinados, sobreviviente de un naufragio excepcional, aquello que balbuceó más que habló instantes previos a morir de eructos pestíferos: «Deciros a vuestra merced que he bebido en Calango del agua del clavelito y que, aunque parezca afrecho de bruja, no lo es, y ya he dicho que todas las cosas trastruecan y mudan de su ser la naturaleza de los encantos». Que un gaznápiro palurdo hable como la misma inflexión y acento que el mismo don Quijote no ha dejado dudas que los bultos que se extraviaron en el istmo llegaron primero al valle de Mala antes que a las bodegas del socio del tal Juan de Sarriá.
No hay duda que gracias a Cisneros que Don Quijote de la Mancha cabalgaba ya en Lima con tufo a camarones cañetanos como en Toledo o en Villanueva de los Infantes [1], a más velocidad que Rocinante y el rucio de Sancho, que ganaban piso a 31 kilómetros en días de verano y 22 en días de invierno en Castilla. Por eso, su saber supino de tapadas y rosquetes, de cómicos y alcahuetes, de soplones y celestinas, de frailes y bandoleros que en aquel tiempo abundaban en exceso [¡Oh, grande Mónica Sánchez en 'Eva del Edén', está buenaza!] en la Ciudad de los Reyes. Y ya pasaron cuatro siglos y don Quijote goza de buena salud y Lima, bueno, sigue igual.
El médico Cisneros
Y yo le digo que no lo imagino de médico. El afina el humor. Me dice que él tampoco. Pero en Buenos Aires los médicos eran políticos, pintores, líricos y hasta poetas. Luis Jaime estudió cuando se consolidaba la Reforma Universitaria argentina como vanguardia en el continente. Y tuvo como profesores a Amado Alonso, Pedro Henríquez Ureña, Ricardo Rojas, Francisco Romero. Que conoció al Papa Pío XII y a Tagore a quien le tocó su enigmática sotana gris. Y le dio la mano al Príncipe de Gales. E igual, hablaba de tango como de fútbol y hasta de la bomba atómica cayendo sobre el Japón. Que cuando terminó la Segundo Guerra y triunfaron los Aliados, junto con sus compañeros universitarios obligaron al diario bonaerense La Nación a que toque la sirena por horas y abrigado pro los dirigentes de la federación estudiantil armaron un mitin histórico en la Plaza Francia que no tenía cuando terminar.
Tuvo un hermano militar y hasta ahora no se explica por qué. Luis era menor, se hizo merecedor a una beca del gobierno argentino. Es que era un tipo especial, corajudo y audaz hasta sus cachas. Su madre lo bautizó como el “gaucho” porque cierta vez, a los 7 años se cortó los dedos con una navaja y no lloró de puro guapo. Luis, el “gaucho”, fue de la misma promoción que el general Videla y otros militares que terminaron de golpistas y que insuflaban una inclinación por un orden harto vertical. Luis, al Perú regreso como alférez. Cierto, tenía una virtud, le encantaba la lectura. Por eso en casa a nadie le jodió.
Sus maestros en la facultad de Medicina terminaron de premios Nóbel. El Dr. Bernardo Houssay y el médico Francisco Leroi. Luis Jaime se especializó en cirugía. Su internado lo estaba cumpliendo no muy a gusto en el pabellón de niños e infantes cuando el Dr. Nicolás Romano se dio cuenta de su incomodidad y le enrostró que era un engreído y lo pasó a la galera de ginecología. El practicante Cisneros se quería morir. Otra vez regresó a pediatría. Su maestro le dijo: “Oiga, lo que usted quiere es que el paciente le otorgue el diagnóstico. No Cisneros, es la revés”. Luis Jaime hasta ahora se repite esa llamada de atención. Y que era preferible escuchar y no abrir la boca en vano. Ahora me está mirando, baja los ojos y humilde me confiesa: “Sabe, creo que ese es el secreto de mi habilidad como docente”.
En 1947 la familia retornó y se radicaron en la casa de Miraflores. La medicina quedó como un buen recuerdo para curar las gripes y las tristezas. Luis Jaime retomó sus estudios de filología románica y la literatura. En 1948 de doctora e ingresa a la docencia en la Universidad Católica. Después pasa a dirigir el Instituto de Filología y la Escuela de Periodismo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Continúa en el Instituto Riva Agüero. Cuando se casó supo que había que reforzar la economía familiar y ahí se inicia en el periodismo.
Desde ese tiempo Luis Jaime Cisneros va tallando la imagen de gran maestro. Escritores e investigadores que fueron sus alumnos así lo confirman. Cisneros es el profesor de las grandes cátedras, de la clase ilustrada, de la enseñanza interdisciplinaria. Su prédica se entronca en la comprensión de un país ilegible siempre utópico. Así, genera seguidores continuos, discípulos perpetuos, alumnos atemporales.
El Quijote en Lima
Cuando la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, como celebración del IV centenario del Quijote, presentaron en la Universidad Católica la Edición Extraordinaria de la obra de Cervantes, publicada por el Grupo Santillana bajo el sello Alfaguara, él estaba ahí. Cierto, era el 2004 y Luis Jaime Cisneros fue el encargado del discurso central. Y el preceptor algo afónico de sabidurías aprovechó para pegar una conferencia magistral sobre Cervantes, el Quijote, Sancho Panza, la textualización infinita, el vuelo de la imaginación, los lenguajes excéntricos concéntricos, el genio alucinado de la lengua, la locura de la lectura encantada, en fin, dijo lo que había que decir (que no se había dicho) y habló lo que hay que hablar cuando de genios se habla. Luis Jaime Cisneros era el mismo Quijote galopando sobre los campos de Castilla y llegó al mar de Barcelona y pasó por Chincha y hasta se detuvo en Surquillo a pegarse unas copas en medio de unas coplas: «Bailan las gitanas/ mírales el rey; / la reina con celos, / mándalas prender...».
Dijo el maestro que la novela no estaba terminada porque cada lector la vuelve a inventar y rescribir. Cada lectura es una aventura, cada uno es un Quijote a su vez y revés. Entonces es fregado, a veces, lidiar con el castellano lejano pero vale la pena porque Cervantes habla de justicia, de poderosos, de humillados, de soberbios y de truhanes. Cuenta de amores y desdichas, de blasfemos y adulones. Y acaso así no es la vida. Y que lo diga Vargas Llosa, quien confesó que no a todo el mundo le puede resultar igual de fácil su lectura, que reconoció que no pudo con la obra la primera vez que intentó leerla en sus años de estudiante, que estaba en el último año de la secundaria cuando intentó leerlo y, simplemente, no pudo [2].
Es sábado en su casa y el teléfono y las visitas no paran. Ahora lo están llamando de la Academia de la Lengua, él como presidente tiene que solucionar un asunto sobre una estrofa apócrifa del Himno Nacional. Y llega uno de sus alumnos y lo apura para que firme una carta de recomendación para la Complutense de Madrid y luego tiene dar curso a un oficio para ser jurado de Himno de Lima. Pero este hombre no se agota.
Se ha levando de su asiento muelle junto a enorme tigre de bengala –Borges habita entre nosotros—y me muestra los originales de su libro Introducción de la Sicopatología del Lenguaje y uno se muere de envidia por la vitalidad de este maestro de la vida que de pronto sintió que tenía mayores motivos para seguir habitando en estos páramos cuando nació Luis Jaime Cisneros III, el hijo de Luis Jaime Cisneros Hammann, su hijo periodista de la agencia francesa AFP, casado con otra periodista, Rafaela León, de los León de esta villa del Señor. Y ahí está el abuelo retozando con el nieto. Y lo miro y él me mira. Y es casi un retrato como aquella vez cuando fui redactor y él director del diario El Observador en los ochenta y todos vivíamos imaginando distinción en aquel tiempo, cuando ser periodista era un lujo del peruano.
Cuando esa vez, a finales de 2004, el maestro Luis Jaime presentó la edición de El Quijote cuatrocientos años más tarde [3] y al cupo y con todos los honores este otro debut, Cisneros dijo en el campus de la Universidad Católica, entre afónico y emocionado: “Cuatro siglos celebramos de este libro. No es fácil hacerse a la idea pero vale la pena intentarlo [...] Propongo reflexionar por lo que significaba por entonces asumir empresa semejante. Estamos ante Cervantes descubriéndose a sí mismo. La novedad consiste en mostrarse como hombre preocupado por el libro que el propio lector tiene entre manos. Lo inesperado [y por lo tanto, lo realmente novedoso] es que le mismo lector se sienta un poco protagonista o testigo de todo ello, por cuanto con él es la cosa; para él esta confesando Cervantes todo el maremagno que lo embarga”.
Entonces, yo escribí una crónica a la sazón en el diario Perú 21. Él, maestro sencillo y frecuente, me envío un correo electrónico que a la letra [digital] decía así: “Sí mi amigo, es verdad: cada vez que leo el libro descubro algo nuevo. Y he pensado con Ortega, que es porque cada vez que lo leo, mi circunstancia se encarga del marco y los matices. ¿Usted se imagina hoy a Sancho en el Congreso, aplaudido a rabiar por los Valdez y los Pachecos y los Mufarech y los otros de cuyo nombre no puedo acordarme? Ya somos dos los que abiertamente nos confesamos lectores: el año entrante seremos más. Un abrazo: Luis Jaime Cisneros V”.
Ha caído la noche en Miraflores. Me despido, dejo al maestro sumido en su nieto de 8 meses que no pare de sonreírle. Él alza la mirada, me dice adiós y yo le deseo solamente la eternidad.
[1] Villanueva de los Infantes es aquel lugar de cuyo nombre no quería acordarse Cervantes, según desvela un estudio realizado por un equipo científico de la Universidad Complutense.
[2] «La cantidad de palabras cuyo significado no entendía y el tipo de retórica en que estaba escrito el libro prácticamente lo alejaron del Quijote», ha dicho sin vergüenza.
[3] Bajo el sello de Alfaguara, la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua, apareció simultáneamente en todo el planeta en edición popular.