SUPLICA CONTRA LAS PENAS
Dos días antes de la desaparición física de Arturo Zambo Cavero, escribí esta columna en el suplemento DOMINGO del diario La República. Mientras visitaba a mi madre, extenuada de tanta vida gloriosa allá en al UCI del hospital, observaba agonizar a mi hermano Arturo. Reproduzco este texto sólo para obligar a la eternidad a ser justa con estos dos seres humanos y muestro una foto del gran Juan Carlos Domínguez, el hijo del Chino Dominguez, donde aparecen Guillermo Thorndike y Cavero firmado su último contrato para hacerlos inolvidables a nuestras vidas.
Por Eloy Jáuregui
Escribo esta columna el miércoles 7 de octubre. Y rezo por Arturo Cavero quien se encuentra al borde de la muerte. Ramalazos que le da a uno la vida. A su costado, en la Unidad de Cuidados Intensivos, también mi madre lucha por no dejarnos. De Juanita, la autora de mis días, no hablaré en esta ocasión por razones de espacio y de tristeza suprema: Sí de Cavero a quien quiero como a mi hermano mayor. Y recuerdo al “Flaco” Menotti, que cuando yo llegaba a Buenos Aires, que decía que no dejase de llevarle el último disco de Cavero. Que no había quien cantase mejor. Y así lo hacía. Incluso cuando ya no lo acompañaba el maestro Óscar Avilés.
Y cuando lo conocí con sus zapatos bien lustrados y disertando sobre el Caldo Nacional, piedra angular de nuestro sentimiento mestizo, mitad cholo, mitad japonés, mitad sacalagua y demás yerbas, ya Cavero que es un Wagner del festejo y un Hitchcock del valsario, era maestro superior. Y ahora me grita que se está muriendo. Y que nos deja con ese vacante descomunal que es su notable existencia. Y él sabe porque es profesor recibido y porque estudió en el Instituto Pedagógico Nacional de Varones. Y que llegaba siempre tarde, cierto, por eso de ser músico de madrugada, y luego hizo suyo un título y diploma en la universidad de San Marcos y asistió a cursos de maestría en la Universidad de Lima.
Que fue nacido en los Barrios Altos y en la mismísima Mesa Redonda. Callejón empedrado de insomnios con dos baños y un caño, antena parabólica y enfermería propia. Y uno que lo conoce aconchabado desde que apareció para el gran público con don Óscar en ese LP con tapa negra y blanca donde interpretaba «La Abeja» de “El Chino” Soto, nunca me hizo dudar que es un artista que descubrió en las luces de la vida misma, la médula del sentimiento urbano-criollo que le legó su cultura, el barrio, su pueblo, la tradición y sus imaginarios. Y ahora, yerto, Cavero, susurrando como si cantara la enjundia de la existencia. Y como si cantara, está aplicando a su discurso un asincopado de verdades que casi todos saben pero que pocos aplican. Y de pronto también se hace un silencio porque Cavero pasa de la logística mística a la geopolítica macrobiótica y de la cirugía espacial a la culinaria nacional.
Cuando Cavero era pichón tocaba el bongó y la gente creía que era cubano. Y se dio el gusto de tocar con Xavier Cugat. Pero en la Av. Abancay lo miraban raro y fue alumno de Juanito Criado, «el arquero cantor», con su conjunto «Patria, Amistad y Criollismo». Tocaba cajón, cajita y quijada de burro, y sus damas, sabían que también cantaba amorfinos, aguaenieves, habaneras y boleros. Una tarde nos aparecimos con “EL Chino” Domínguez para un Frejol con Seco y sábana cárnica en la casa de La Tía Pilar en el “Callejón de la Confianza” en plenas tripas del jirón Puno. Y a Cavero se le armó la cosa y cantó “Olga” de Pablo Casas Padilla. De ahí que esta columna tenga uno de sus versos: “Tu mala canallada la tendrás que pagar…”
¡Que no aprendí de Cavero! como de Rómulo Varillas y de Pancho Jiménez y todo aquello que significó la universidad bajoventral del Criollismo: El conjunto Fiesta Criolla, y Los Embajadores Criollos y pare de contar. Cavero es y será el sacerdote negro de jarana. Y sin él, el criollismo será lamento,pasapiolismo o pendejada. Yo rezo por usted, Arturo y por mi viejita. No se vayan porque vendrá la muerte y tendrán sus ojos, sus ternuras y sus cantos.